Domiciliados a las orillas del Guaire
Últimas Noticias. pp: 14-15
“No quiero pasar lo que me queda de vida haciendo este oficio, pero no encontraba trabajo y por eso me dedico a buscar cobre y metales dentro del río Guaire”.
José Salcedo, un hombre que no llega a los 50 años, desde hace tres años está metido de lleno en las aguas de este río.
Pero no en los tramos que recorre la ciudad que están embaulados, que son menos altos y un poco más estrechos.
Él está en la parte de El Encantado, en Petare, allá donde el río va de salida de la ciudad para encontrarse con el río Tuy, y donde cambia de parecer. Incluso el color, el olor y la turbulencia que exhibe son totalmente diferentes al aspecto que los citadinos están acostumbrados a ver en la parte del centro-oeste de Caracas.
Es un marrón espumoso por el efecto del agua cayendo entre las piedras.
Se podría practicar en él kayak, si no se supiera que es el Guaire y que está contaminado, pues está rodeado además de una vegetación frondosa en la que destacan las palmas y cuenta igual con una fauna silvestre que lo hace aún más sorprendente.
Salcedo asegura haber visto una enorme pantera bajando de la montaña a tomar agua del río. “No he estado cerca, pero desde donde vi el animal pude apreciar que tiene una enorme cola… Yo he caminado por toda esa montaña, incluso hace como 15 días por poco me lleva la crecida, pero me dio tiempo de subir a las piedras. Estaba buscando cobre”.
La hora buena que escoge para hacer la tarea de minero es en la mañana, cuando el cauce luce “un poco” más calmado. Pero el momento ideal es después de un aguacero.
“El caudal crece, se lleva la basura que tenía acumulada en el fondo y deja la nueva. Esperamos y luego bajamos a buscar”.
TRAMOS ATRACTIVOS
-La Yaguara-Quinta Crespo. Básicamente es usado por menesterosos. Incluso hay testimonios que dicen que se ven santeros en las noches haciendo sus ritos.
-San Agustín. Es el paso obligado de los lateros y también de los atracadores. Se contaron dos ranchos hechos con sábanas. Pero la permanencia aquí es irregular.
-Los Caobos-Plaza Venezuela. Es una zona muy rentable. En una época se instalaron familias enteras. Ahora es residencia de transformistas. Dicen que hay un grupo de 10.
Su tono es pausado, como buen andino. Desde los 8 años está en la capital y desde que tiene uso de razón vive cerca del Guaire.
Antes estaba alquilado y luego de un desalojo forzado se reubicó en una casa abandonada ubicada en la parte baja de El Encantado, que es invadida por el río cuando hay fuertes palos de agua.
Cuenta que no es el único. “Ahora se ha hecho más difícil porque cuando deja de llover enseguida bajan como 25 personas a buscar ‘tesoros’”.
Pero Salcedo asegura que sólo busca entre 10 y 20 kilos de cables, por los que luego le pagan 30 bolívares fuertes por cada uno. Con eso es que mantiene a sus cuatro hijos, uno de los cuales, el más pequeño, tiene una hernia en un testículo. “Le he escrito a chavezcandanga, pero sigo sin respuesta”.
Consciente de las enfermedades, fue precavido y se colocó todas las vacunas en la Sanidad. “Si me pincho con algo imagínate. Además uso botas de cuero reforzadas en la punta con metal. Pero mírame las manos”.
Las tiene curtidas y ásperas. Y todo por el pan de cada día.
Con la angustia viva
Pero mientras Salcedo le busca el lado “bueno” al río, otros huyen de él.
María Castro es una de las perseguidas por las crecidas. Vivía en el sector La Línea, pero quedó damnificada en el 99.
A raíz de ese episodio, buscó residencia en El Encantado y allí no hace sino vivir con angustia cada momento.
El solo sonar del río le causa nervios, y si está lloviendo el susto no se hace esperar.
Inmediatamente se refugia en lo alto y espera a que baje la crecida. “Es un peligro, pero aquí hemos sido censados y nada que nos resuelven este problema”, dijo.
Esta comunidad, que no pasa de 50 familias, tiene las marcas que por años han dejado las vaguadas.
Las piedras, e incluso los árboles que están en las márgenes del Guaire, tienen señas de erosión y de desprendimiento de ramas adultas.
La calle es un relleno de escombros, hecho por los residentes, quienes para no perder la única vialidad usan los desechos de construcción para medio parapetear la destrucción causada por las aguas desbordadas.
También los vertederos de basura ilegales están perjudicando la estabilidad de los cerros que sirven de embaulado. “Cuando llueve, todo ese material va a parar al Guaire, se represa con los palos y piedras y por eso nos inundamos”, dijo Macario Díaz, otro residente que vive de espaldas al caudaloso río.
“Yo no soy tan viejo aquí, pero sé que en sus buenos tiempos la gente se bañaba. Ahora es muy difícil.”.
En este tramo todavía se observan los muros de la vieja planta eléctrica y de las casas que hace décadas estaban más cerca de las aguas. “Pero ahora por allí pasa cuando llueve”.
Aguas oscuras
Nadie sabe qué lleva el río, dijo Tormenta (el transformista de Los Caobos). “Yo caí con la última lluvia y llegué casi a Los Chaguaramos donde se une con el río Valle. Y eso que tengo un solo brazo, pero pude salir. Hay otros que no”.
Salcedo, por su parte, dice que él no ha encontrado piezas valiosas, pero sí brazos de niños y dorsos.
Quizás esos miembros son de esas personas que dice Tormenta ha visto pasar con la velocidad de las aguas. Salcedo asegura que allí llega todo lo que recorre Caracas.
REFUGIO DE LA DIVERSIDAD SEXUAL
MSG.
Caracas.
El papel aguanta todo, dice un refrán popular. Pero pareciera que el Guaire también, pues no sólo le vierten las aguas negras, desechos sólidos y domiciliarlos, sino que además sus espacios y recodos son usados como domicilio. Lo único es que a quienes viven en sus riberas nunca les va a llegar un recibo de pago o una carta de la provincia.
En el tramo que va de Los Caobos a Plaza Venezuela, se contaron 12 ranchos, donde habitan hombres y mujeres de todas las edades y distintos intereses.
En el día, estos domicilios improvisados están prácticamente solos. De vez en cuando sus dueños le echan un ojo, pues si se desaparecen por mucho tiempo encuentran las ropas y los colchones en el Guaire
“La Policía y la Guardia nos tiene a monte”, dijo Tormenta, quien se asume como transformista y que tiene casi una década viviendo en las cercanías del río.
Ella -siempre se nombra como mujer- nunca anda sola “porque para vivir en estas orillas hay que estar mosca”. Se baña en las tomas de agua limpia que caen en el río y cocina con un fogón, a la intemperie.
Mientras se aseaba, su pareja la esperaba en el colchón que tienen ubicado cerca de la estatua del Cristo, por donde venden las banderas a pocos metros de Plaza Venezuela. La vista del domicilio es exclusiva. Está entre el verdor de la fuente, la UCV y el Jardín Botánico. Quizás ese es el único momento tranquilo y en familia que dice Tormenta tener. El resto, es el día a día en la Libertador, donde se va con otros dos transformistas.
Uno de ellos, Paola. Ella también vive con su pareja en la ribera. Dice que tiene 4 semestres de Periodismo y que es estilista. “Pero me barranqué. Esto es difícil. Nos maltratan, hace 8 años me quemaron con gasolina. Somos pacientes HIV y nos tratan como locas, pero igual sí tenemos derecho para votar, también lo tenemos para vivir dignamente”
Transcripción y montaje: Carlos Marín.