El Guaire Dorado

El  creador Antonio Briceño (Caracas, Venezuela, 1966) lleva adelante en la actualidad un proyecto de registro de los “mineros del Guaire” localizados en las riberas del río Guaire y algunas de las quebradas que lo alimentan, en la ciudad de Caracas. Un trabajo en proceso que sorprende al observador en una primera aproximación, los contextos urbanos no forman parte de los recursos expresivos del itinerario visual desplegados por Briceño. Así que nos encontramos ante un trabajo especial e inusual, de gran belleza y sentido crítico, simultáneamente.


La mirada de Antonio Briceño se reconoce por la representación de quienes habitan los territorios que conforman las fuentes de vida del planeta: las reservas de biodiversidad y de diversidad cultural, allí sobresalen series como Dioses de América. Panteón natural y  520 renos. Homenaje a la lengua Sámi. Su lenguaje y sensibilidad estética ha registrado la heterogeneidad de la vida natural y su confluencia con los grupos humanos, las minorías, especialmente los pueblos indígenas. Este horizonte reivindica la pertinencia y significados de la diversidad y adquiere una valoración profunda en el contexto de los complejos procesos contemporáneos de globalización que actualmente conforman nuestras circunstancias existenciales. 

También propone preguntas: ¿Cuál es la naturaleza que habitamos? ¿Quiénes y cómo la habitamos? Se trata de un diálogo tejido en imágenes que construye un horizonte, donde la unidad de la dimensión antropológica y cosmológica de las realidades se conectan y confluyen. Entonces, desde una singular poética visual Antonio Briceño logra desplegar una sensibilidad que convoca al espectador a imaginar: a) la autodeterminación y el reconocimiento de la diferencia; b) la libre determinación y modos alternativos de vida; c) la diversidad y la posibilidad de una existencia digna de todos los grupos humanos desde una cosmovisión particular donde confluyen vida y naturaleza. 




Por el contrario, el Guaire Dorado nos muestra los rostros humanos, enaltecidos, que provienen del imaginario perverso de la minería: un resplandor en medio de la oscuridad. El mito del Dorado representó durante la conquista uno de los referentes movilizadores de las empresas colonizadoras y todas sus formas de violencia. Las ciudades genésicas en los territorios de tierra firme se constituyeron como centros logísticos para la búsqueda del oro. Inicialmente los conquistadores obtenían el mineral dorado mediante el intercambio o trueque con los indígenas, pero también lo exigían como rescate para la liberación de rehenes o a cambio de mantenerse alejados de los territorios y asentamientos de los pobladores originales, el oro se convirtió en deseo y amenaza. 


Durante la segunda mitad del siglo XVI comenzó en el territorio de Venezuela la explotación de algunas minas. En la jurisdicción de la ciudad de Caracas el oro se comenzó a buscar de manera aluvional en los sedimentos que se depositaban en algunos pozos de los ríos y quebradas. La idea de una fuente inagotable de oro, El Dorado, representó un mito que logró catalizar la imaginación de los europeos que decidieron adentrarse en los nuevos territorios. Tal como describió Juan de Pimentel, gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela en su relación de 1578: “Oro se ha hallado en esta provincia de Caracas en quince o veinte quebradas y arroyos que llevan agua, así en sus vertientes y en las madres y fuera de ellas como un tiro de ballesta. Se han tomado puntas de ochenta pesos de oro y de ahí para abajo muchos, porque la mayor parte es oro granado y entremetido con mucha piedra. También se han hallado piedras que tenían la mitad de lo que pesaban de oro y otras las dos tercias partes y estas se han hallado en los altos hacia el nacimiento de las quebradas por donde se entiende que hay muchas vetas y nacimientos de mucho oro” 



Podemos afirmar, que Venezuela siempre ha sido un país extractivista, explotador intensivo de los recursos naturales, casi desde su fundación es el signo que nos distingue.  Así, el Guaire Dorado representa la actualización del mito del Dorado, una nueva metáfora de un viejo relato, pero una metáfora degradada, residual, tal como lo describe Briceño al exponer sus motivaciones sobre este trabajo en proceso: “escuché que los mineros en el río Guaire imaginan que están recuperando los botines que los reos del retén de Catia y de la Planta, vertieron en las aguas del río antes de la demolición de estas instalaciones. Es un relato irracional, inverosímil e imposible. Pero, lo que yo estaba escuchando era el mito del Dorado actualizado. Una ficción, una fuente ilimitada de oro que no existe. La historia es trágica y fascinante (...) Nuevamente el imaginario del Dorado, unas fuentes inagotables de oro que no existieron, pero son la excusa por la cual los mineros del Guaire se lanzan al río y arriesgan su vida, sumergiéndose en algo tan depauperado como es el río Guaire. Esta leyenda urbana es la proyección actual de nuestra naturaleza minera. Somos esencialmente un país minero con lo terrible que esto implica. Nuestra cultura es una cultura minera y el mito de las riquezas de los retenes penitenciarios de la Planta y Catia es la continuación degradada de nuestro mito fundacional”. 


El trabajo de Briceño asume con dignidad una profunda reflexión y despliega a través de 14 retratos una visualidad crítica, que sabe dialogar con un contexto difícil, agónico, trágico, contingente. Las condiciones de la minería urbana que se ejerce en el Río  Guaire son duras y hostiles, similares a la minería que se ejerce en la Amazonia venezolana. Quienes están allí retratados son víctimas de un sistema que tiene raíces estructurales, políticas, históricas, culturales y globales: la explotación ilimitada de los recursos naturales como mecanismo de acumulación de riqueza: el extractivismo, que hace estragos dentro de las sociedades que la ejercen como modelo de vida. 


Sin embargo, a pesar del contexto trágico que sirve de escenario vital a los mineros del Guaire, sumergidos en las aguas sucias de un río que promete riquezas, sumergidos en la inmundicia de un río fecal para ganar un poco más de los tres dólares que garantiza el sueldo mínimo de un trabajador regular, los retratos de Antonio Briceño logran enaltecerlos y reivindicarlos como personas, como seres humanos. 


En el Guaire dorado están sus rostros, sus personalidades expresadas en cada una  de las fotos; la humanidad representada en sus miradas, en sus formas de posar, hay belleza en sus rostros, a pesar de la realidades amargas de sus contextos. Las fotografías son el resultado de una comunicación tácita entre el fotógrafo y el sujeto retratado, las imágenes son expresión de una comunión. El fondo dorado es una clara alusión al mito de una tierra incógnita llena de oro que, tal como indica Briceño, moviliza la esperanza, ahora sumergida y degradada en los desechos.


Pero también conforma un diálogo con la pintura bizantina de temas religiosos. Entonces, los mineros del Guaire dorado son apóstoles: padecen, sufren, se sacrifican en las aguas inmundas de una sociedad injusta que no ofrece alternativas a sus socios, tan solo promesas: recuperar el botín de los pranes, disfrutar de las aguas del Guaire como balneario o volver a navegar en sus aguas. 


Su inmersión no es bautismal, no es de resurrección; su inmersión es sacrificial, su vida se entrega poco a poco en el letargo de una violencia que se va sedimentando en las aguas de un río donde la sociedad sin mirarse, se refleja. la vida se entrega poco a poco a cambio del propósito alquimista de trasmutar los sustratos fecales en oro. Ellos: El llave, Jesús Bolívar, José, El Rey, Comadreja, Eduardo, Marco, Angel, Antony, José, Simón (El bemba), Jesús Daniel, Oscar y Allison, son los rostros descarnados de la cultura que los alberga, la cultura que lamentablemente somos: ¿Acaso no es Venezuela la soberbia nación acostumbrada a vivir de los infernales excrementos del ángel caído? 


Allí, precisamente en ese juego de identidades y potencia empática del retrato, encontramos la fuerza y dignidad crítica de Antonio Briceño como hacedor de imágenes, este horizonte lo convierte en uno de los artistas más destacados de su generación, las fotografías que conforman, el trabajo en proceso, del Guaire dorado logran: extraer lo sublime de una humanidad sumergida en el devenir de las corrientes trágicas de su propia historia y refleja en la transparencia del retrato (cuando la imagen refleja al colectivo que la hace posible): el efímero goce de una sociedad, de una nación, de una ciudad: que en un momento es derroche e inmediatamente se sumerge en la gravidez telúrica que brinda el vacío de su propios residuos.



Antonio Briceño (Caracas, Venezuela, 5 de diciembre de 1966), fotógrafo caraqueño, presente en la escena artística venezolana desde 1987. Es Licenciado en Biología (Universidad Central de Venezuela, 1993) y Máster Universitario en Artes Digitales (Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, España, 2015).

Oscar. Fotografía de Antonio Briceño

Jesús Daniel. Fotografía de Antonio Briceño

Jesús Bolívar. Fotografía de Antonio Briceño
El llave. Fotografía de Antonio Briceño

Jose. Fotografía de Antonio Briceño

El Rey. Fotografía de Antonio Briceño

Eduardo. Fotografía de Antonio Briceño

Angel. Fotografía de Antonio Briceño

Antony. Fotografía de Antonio Briceño

Marco. Fotografía de Antonio Briceño

Comadreja. Fotografía de Antonio Briceño

Simón (El Bemba). Fotografía de Antonio Briceño

Alison. Fotografía de Antonio Briceño


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