Las Cajas de Agua en la Caracas Colonial
“El agua de Caracas es fresca, delgada y muy buena; pero es escasa; pues está mal administrada y en ocasiones no alcanza para el consumo general”, escribió Pedro Núñez de Cáceres en 1840, escritor de origen dominicano radicado en Caracas. Tal testimonio refrenda una constante histórica de nuestra ciudad desde su fundación: el deficiente sistema de captación y distribución del agua.
En las Actas de Cabildo reposan los esfuerzos de la élite criolla y autoridades municipales decidiendo, sobre la marcha, quiénes tenían derecho a la toma de agua en Caracas; cómo se debían cuidar las rudimentarias acequias y ductos que se fueron construyendo en el tiempo, entre otras urgencias. Tampoco podemos exigir mucho a los primeros pobladores; en 1593 había “gran carestía y falta de materiales”, además “faltaban manos de albañil y carpintero que cuesta mucho en esta ciudad”. Todo estaba por hacerse.
Veamos la descripción completa de Núñez de Cáceres: “El río Catuche corre por la parte alta de la ciudad, y es el que surte las fuentes o pilas que es como la llaman. Las hay en las casas de comodidad y en las plazas, en ciertas esquinas y cuadras; pero no todas las tienen, careciendo de pilas la mayor parte. El agua baja de la toma de Catuche a un gran estanque y pasa a otro depósito llamado caja de agua, de donde se reparte por conductos subterráneos o cañerías a las pilas públicas y de las casas particulares”.
¿Qué eran estas “cajas de agua” y cómo funcionaban? ¿Qué papel tuvieron en la configuración del espacio urbano en la colonia?
Es crucial reflexionar sobre esta tecnología urbana por dos razones: uno, porque podemos valorar geo-históricamente el papel de nuestros ríos y quebradas desde el presente, convertidos en vertederos; y dos, porque nos da luces para comprender la evolución del abastecimiento del agua en la sociedad caraqueña.
El poder de tener “el agua cerca”.
El agua fue responsable del éxito de las civilizaciones antiguas. Los romanos estipulaban, por ejemplo, la construcción de estas “cajas” o diques en las ciudades-estado para almacenarla y administrarla en sistemas eficientes entre sus habitantes.
Unas veces cuadradas o circulares, estos estanques se construían con piedras y ladrillos; y se ubicaban en zonas elevadas para distribuirlas por gravedad a través de ductos y acequias. Otras de las ventajas de estos depósitos era decantar los sedimentos contenidos en el líquido, para así ofrecer agua libre de impurezas a la población.
El rey Carlos I de España estableció en las primeras ordenanzas de Indias que las ciudades debían tener “el agua cerca” para poder conducirla “al pueblo y heredades”. De allí que a partir de 1560 Fajardo y Losada fundaron lo que hoy es Caracas entre ríos y quebradas. En 1573, el Cabildo de Caracas decidió nombrar el agua como bien de utilidad pública. Vale la pena preguntarse: ¿quiénes tenían derecho a beber, lavar y usar libremente del agua en la villa primigenia? Averigüemos a continuación.
La caja de agua de 1580.
En 1580 se construyó la primera caja de agua de Santiago de León de Caracas, un año difícil para la villa fundada por Losada: una epidemia de viruela diezmó sensiblemente a la población aborigen en esa fecha.
Según los estudios arqueológicos de Mario Sanoja e Iradia Vargas, esta obra se ubicada al noreste del poblado y en el margen derecho de la quebrada Catuchecuao (a 50 metros de la actual esquina de Veroes y Jesuitas). Estos hallazgos arqueológicos aportan una visión interesante sobre cómo se suministraba el líquido entonces. Según las evidencias, el dique podía almacenar entre unos 300 a 500 m3 de agua.
El arroyo Catuchecuao, que a mediados del siglo XVII desapareció del paisaje citadino, era el principal afluente del depósito. Su imagen aviva nuestra imaginación: un curso cristalino que, luego de llenar el contenedor, se deslizaba cuesta abajo, pasando por las esquinas de Catedral, Gradillas, Sociedad, Río, hasta desembocar en la terraza baja del Guaire.
¿Quiénes podían acceder a la caja de agua? No cabe duda que los principales vecinos. El agua se convirtió en una propiedad más de la incipiente clase criolla; solo éstos podían acceder al depósito. De ello dependía la producción económica y social de la Provincia. Esto fue abonando el terreno para el monopolio social del recurso natural.
El drama cotidiano y los “aguateros”.
Para 1677, Caracas tiene 6 mil habitantes. Conseguir agua en la ciudad era complicado. Ríos existían, como sabemos; pero acceder a ellos era peligroso por las hendiduras del terreno y la falta de caminerías estables. Apenas llegaban las lluvias al valle, los cauces se desataban cuesta abajo buscando el Guaire.
Habría que esperar un siglo -entre 1760 y 1780- para poder ver los primeros puentes; tampoco habían calles bien delimitadas y alumbradas. Era una ciudad fragmentada por las dificultades naturales y movida por las campanadas de la Catedral, lo que significaba que las distancias, los esfuerzos y los tiempos exigían al máximo las energías de sus habitantes.
El mayor drama lo padecían las mujeres negras y pardas; éstas tenían que trasladarse con botijas a cargar el agua al Catuche en horas de la noche. También abundaban los “aguateros”, sujetos que vendían el líquido en contenedores, a lomo de burro o mula, por calles y caminos del poblado. Es visible el limitado sistema de distribución del agua en los años 1600. Mientras tanto, la población seguiría aumentando desordenadamente, y con ellas, las necesidades…
El agua como “padecimiento” público.
En 1675, el Cabildo y las autoridades eclesiásticas dan un paso decisivo en la administración de agua en la ciudad. Frente al descenso del caudal del Catuchecuao y la acumulación de basura en sus márgenes, la antigua caja de agua empezó a disminuir su eficacia. Había que tomarse medidas drásticas.
El 27 de mayo de 1675, el clérigo Domingo Pérez Hurtado, promotor fiscal del obispado de Caracas, presenta un informe detallado al Cabildo sobre el déficit del vital líquido en iglesias, conventos y plazas parroquiales de la capital. Se lee en el documento:
“...Considerando la necesidad grande que padecen los lugares píos no tomando agua limpia de beber dentro de sus cercas y que para traerlas se hacen innumerables gastos en cada un día para su congrua sustentación, como asimismo la que una ciudad tan dilatada como esta Caracas padecen por las mismas causas los pobres, viéndose obligadas las mujeres que no tienen con que comprarla a ir al río de noche a traerla en hombros para socorrer su necesidad, de que se puede seguir graves inconvenientes”.
Se decide que el río Catuche debía ser el afluente principal de la nueva caja, “hecha de calicanto y con todas las fortalezas y albañilería necesarias para su perpetuidad”. Se ubicaría en las actuales esquinas de Mercedes y Caja de Agua, a 150 a 200 metros de distancia al noroeste del antiguo dique de Veroes.
En aquel punto del norte de la ciudad, el Catuche daba un giro hacia el sureste alejándose del núcleo urbano original. Y es allí donde estaría el nuevo reservorio que comenzó a tomar forma entre 1685 y 1686 en manos de los frailes franciscanos.
Las pilas públicas.
A partir de 1685, el nuevo sistema de ductos que partía del Catuche supuso cambios en calles y solares. Hubo que mover patios y cercas; establecer nuevas esquinas y aceras. Este nuevo reordenamiento urbano supuso un gran esfuerzo tanto del alcalde mayor, la nobleza criolla y los religiosos que actuaron como mano de obra directa.
Las tuberías bajarían de norte a sur, llevando el agua por la plazuela de Altagracia, la Plaza Mayor, la Catedral, el Seminario, los conventos de Monjas Concepcionistas, la iglesia de San Francisco y el Hospital de San Pablo. Hablamos de un recorrido modesto, si lo vemos desde el presente. Ahora la capital tenía dos sistemas de abastecimiento que descendían al paralelo: uno moderno, con conductos de cal y canto; y el antiguo, de acequias de barro.
En las plazuelas de iglesias, espacios de celebración y de congregación pública de la Colonia, se construyeron pilas y tomas de agua para “las vecindades” pobres de San Pablo. Imaginamos que la población de Santa Rosalía y de San Juan podían beneficiarse de tales accesos…
¿Resolvían la demanda del agua estas pilas? Lo dudamos. Al menos aliviaban las cargas que por un siglo soportaban muchos hogares pobres de la pequeña capital. Pero otro capítulo se abrirá en el siglo XVIII, donde el crecimiento poblacional se dispararía hasta tres y cuatro veces.