Francisco Fajardo y el valle del Guaire
La proeza de conquistar un paisaje está propulsada por la imaginación y la voluntad. Francisco Fajardo (1524-1564), mestizo de padre español y madre aborigen, se encontraban ambos elementos cuando decidió incursionar desde su natal isla de Margarita, en abril de 1555, a Tierra Firme. Ya a sus 31 años hablaba todas las lenguas nativas.
Tanto Alonso de Ojeda como Domingo Velásquez de Cuéllar, expedicionarios ibéricos que habían bordeado la costa venezolana años antes, habían descrito las bondades y riquezas del actual valle caraqueño. Uno de los primeros cronistas de Indias, Juan de Castellanos, lo confirmaba ―entre 1531 y 1532― en su obra Elegía de varones ilustres de esta forma: “…hay minas de oro y hamacas desde Cojegua [Cabo Codera, actual Edo. Miranda] hasta los Caracas”. La fiebre del oro y la fortuna funcionaban como acicate para movilizar las más gigantescas aventuras.
Fajardo, quien se convertiría en uno de los conquistadores más importantes para la Corona española de estos territorios, haría suya las narraciones que su madre le contaba desde niño: detrás de la Costa se abren valles fértiles y benignos, de abundantes quebradas y de riquezas exuberantes, habitadas por multitud de pueblos como los Caracas, Tarmas, Taramaynas, Charagotos, Teques, Mariches, Arvacos, Quiriquires… ¿Sería él capaz de poblar aquellos emplazamientos de las naciones caribes?
Uno de los primeros cronistas de Indias, Juan de Castellanos, lo confirmaba en su obra Elegía de varones ilustres: “…hay minas de oro y hamacas desde Cojegua [Cabo Codera, actual Edo. Miranda] hasta los Caracas”.
Caracas, la de sus sueños, alumbraba su poderosa curiosidad y ambición. Y es que era, según lo relata José Oviedo y Baños, un “…hombre de espíritu elevado, de un corazón magnánimo, y de una sagacidad imponderable, dio en discurrir, que le abría puerta la ocasión para colocarlo en superior fortuna, si llegando a descubrirla conseguía la dicha de poblarla”. Solo hacía falta la acción y, con ella, quizás la gloria.
Fuerza y fortuna, imaginación y deseo, tales elementos van marcando el paso existencial de los primeros expedicionarios en América; y conforme se abría el proceso de conquista y poblamiento, el paisaje reflejará el esfuerzo del hombre por dominar sus condicionantes naturales y culturales. Caracas en particular; y Venezuela en general, cumplirán tal regla.
La rudeza natural
No existían caminos, mucho menos aldeas. Ni los caballos más desafiantes ni los soldados más capaces podían abrirse paso por una geografía tan inhóspita y virginal como la que encontró Francisco Fajardo a partir de 1560 en su primera incursión a lo que hoy es Caracas. Distinta era su Margarita natal, donde los playones y la vegetación facilitaban, el cultivo, el pastoreo y la construcción de caminos. La mirada apenas estaba por estrenarse en un paisaje mítico: el del origen de todo relato.
Aquiles Nazoa, en su ensayo La ciudad, apunta algo crucial: al contrario de lo que encontraron Cortés y Pizarro en México y en Perú respectivamente, civilizaciones ya estructuradas con caminos y regadíos, con una idea avanzada de la utilización del espacio y de sus condiciones geohistóricas, los que se adentraron en Caracas lo que hallaron fue la Naturaleza en sí misma: orgánica, salvaje, primitiva.
“Lo que encontraron fue un mundo virgen, regido por el sol y las aguas, donde los seres humanos eran otra fuerza ciega de la tierra como las tempestades y como las fieras; donde la lengua que se hablaba se confundía con los ruidos de la naturaleza, y los hombres tenían los mismos nombres que las plantas, los ríos, los insectos y los pájaros”, escribe Nazoa.
…los que se adentraron en Caracas lo que hallaron fue la Naturaleza en sí misma: orgánica, salvaje, primitiva.
Era verdad. Aquel paisaje primitivo vino a hacer más complicada la intervención expedicionaria, porque colocaba a prueba el coraje de aquellos sujetos por ingresar en una región a simple vista indomable y peligrosa. La pulsión donde la Naturaleza se mezcla con la hazaña del Hombre: una proeza donde lo real se mezcla con lo mítico.
La postal iniciática
Luego de cinco años de intentos y escaramuzas trágicas, Francisco Fajardo y sus acompañantes consiguen adentrarse por primera vez en el valle del Guaire. A principios de 1560, luego de que el gobernador Pablo Collado ―adjunto en El Tocuyo― le diera el título de teniente general y licencia para explotar las tierras conquistadas, el mestizo emprende el viaje desde la costa litoralense con destino a la región actual de Valencia; y así ascender a caballo las serranías que se levantan entre tupidas nubes hacia Caracas. Traía ganado y demás recursos para la empresa.
En el trayecto Fajardo le hizo frente al cacique Terepaima, que reinaba en el territorio que se extendía desde Los Teques hasta Catia. Ágil y dispuesto, entabló con el líder nativo los términos de su paso hacia el deseado paisaje caraqueño mediante un pacto y, “sin perder más tiempo”, escribe Oviedo y Baños, “…pudo sin recelo penetrar por la provincia, hasta llegar al valle del Guaire, llamado así entre los indios por un hermoso río de este nombre, que cortándolo de Poniente a Oriente, lo atraviesa con sus corrientes, y fecunda con sus aguas, a quien Fajardo intituló desde entonces, el valle de San Francisco (y es donde hoy está fundada la ciudad de Caracas), sitio, en que por ser acomodado por el multiplico por sus pastos, dejó puesto en forma de hato todo el ganado vacuno, con alguna gente de la que traía de servicio, para que lo cuidasen y asistiesen”.
Quizás en aquel hato fue donde Fajardo, por primera vez, vería las líneas marcadas del cerro Ávila en el horizonte. Además de probar el agua fresca de las quebradas circundantes y respirar la fronda caribeña. Un paisaje agreste y salvaje que estallaría en sus ojos, así como en su momento experimentó Colón y Vespucio. Muy cerca, en el pelaje tupido del monte, los nativos observaban con detenimiento aquellos hombres barbudos, su ganado, sus perros, sus arcabuces, sus espadas…
“…pudo sin recelo penetrar por la provincia, hasta llegar al valle del Guaire, llamado así entre los indios por un hermoso río de este nombre, que cortándolo de Poniente a Oriente
El Valle de San Francisco era apenas una ladera cercada y de techos de paja que se extendía en lo que hoy es El Calvario y la región noroeste de Catia, por la facilidad que permitía el terreno para la caballería y su proximidad al mar. Caracas daba su primer paso, apenas un boceto paisajístico de lo que vendría años después bajo el silbido de las flechas de la resistencia indígena donde el Guaire sería testigo y protagonista en igual medida.