La batalla del Guaire de 1573
A pesar de que Diego de Losada había dominado en 1569 a Guaicaipuro, la conquista del valle de Caracas era tarea pendiente. La resistencia de los mariches, taramainas y teques continuaba desestabilizando a la ciudad, que para entonces seguía viviendo en constante alarma. En los puntos cardinales se hacían guardias diurnas y nocturnas para la vigilancia; y la visita de ríos significaba solo una cosa: ser atravesado por una flecha.
En este contexto, aparece Garcí González de Silva (1546-1625), oriundo de Mérida, España. Cinco veces alcalde de Santiago de León de Caracas, este personaje traería la estabilidad que los habitantes necesitaban para el poblamiento del valle.
No solamente fue un exitoso guerrero y estratega, sino también un notable dirigente del incipiente modelo colonial: ocupó todos los cargos civiles y militares en la ciudad. Oviedo y Baños lo define: “Garcí González de Silva, cuyo valor era en todas ocasiones el primero”.
Su biografía está ligada a la ribera del Guaire y sus márgenes originarios.
La peligrosa quebrada
A finales 1569, el joven Garcí González llegó a la costa central de Venezuela con el cargo de alférez; meses antes había explorado con su tío Pedro Malaver de Silva las míticas tierras de El Dorado, en la Nueva Granada. La orden era aplacar a los pueblos rebeldes siguiendo el ejemplo de Losada y hacer viable el sistema económico de la encomienda. Así que se anotó en esta empresa sin pensarlo y, con ochenta hombres, comenzó el ascenso por las serranías aragüeñas hacia Caracas.
En la maleza, Paramaconi observaba con sigilo el avance de los europeos; éste era un virtuoso en la organización de sus ataques. Sus dotes de estratega eran indiscutibles, y las crónicas lo pintan como el “cacique caballero”. Al divisar el sombrero adornado con plumas de aves amarillas de Garcí González ―indumentaria que lo inmortalizaría― Paramaconi dio el aviso. Una flecha inició el choque.
La orden era aplacar a los pueblos rebeldes siguiendo el ejemplo de Losada y hacer viable el sistema económico de la encomienda.
En la lucha cuerpo a cuerpo, ambos guerreros cayeron por un barranco. Espada, macana, músculo, grito. “Mas los dos eran fuertes, resueltos y ágiles. El encuentro fue terrible y rápido; los dos campeones se encontraban en el lecho de una peligrosa quebrada… Pero de pronto, el indio tropezó con una enorme piedra que le hizo caer de nuevo al suelo”, escribe Antonio Reyes en Caciques aborígenes venezolanos. Solo un rayo metálico definió el drama: la espada abrió una zanja en el hombro y en la pierna del nativo.
Se dice que Paramaconi logró salir con vida y, meses después, ambos caudillos iniciaron una entrañable amistad. Esto sería solo preámbulo del enfrentamiento que se avecinaba.
La rivera desierta
Tamanaco era el líder de los mariches. Dominaba el territorio que comprendía las montañas que se erigían cruzando el río hacia el sur. Para él, la villa de Santiago de León de Caracas arrojaba una meta: traspasar el perímetro del río, burlar las defensas y desalojar a los europeos. Contaba además con el apoyo de los arbacos y los restos de las legiones de los teques.
A finales de 1572, el capitán Pedro Alonso Galeas (1516-1597) se vio en la necesidad de seguir persiguiendo a los mariches en su propio terreno. Éste contaba con amplia experiencia como pacificador en México y Perú; años antes, siendo lugarteniente de Diego de Losada, colaboró en la victoria sobre Guaicaipuro.
En aquella faena arriesgada de 1572 se anotó también Garcí González. Pero no sería fácil darle combate frontal a Tamanaco y derrotarlo, maniobra que hasta entonces había sido exitosa con otros caciques.
A finales de 1572, el capitán Pedro Alonso Galeas (1516-1597) se vio en la necesidad de seguir persiguiendo a los mariches en su propio terreno.
Internándose por el curso del Guaire en dirección a las tierras del Tuy sólo encontraron aldeas desiertas, señal de la emboscada inminente. Narra José Oviedo y Baños. “Bien recelaba Pedro Alonso alguna novedad del general retiro de los indios: pero resuelto volverse a la ciudad, por hallarse desconfiado de conseguir entonces la pacificación que pretendía, trató de coger la marcha por las mismas riberas del río Guaire”.
Ya el terreno estaba orquestado.
La embestida del cañaveral
En una clara mañana de principios de 1573, el capitán se encontró a Tamanaco cuando se disponía regresar a la ciudad. Según los relatos, el contingente aborigen era tan numeroso que alcanzaba en formación hasta la misma cordillera.
Minutos después de los primeros arcabuzazos, el capitán Galeas ordenó a Garcí González una retirada engañosa para embestir a Tamanaco por la retaguardia. Aquel giro fue la diferencia en la contienda; y los cañaverales farragosos del Guaire, de nuevo serían testigos de la hazaña.
Pronto cundió el terror y, por ende, la huida. “Solo Tamanaco, cobrando nuevo brío del inopinado desorden de los suyos, con gallarda resolución sustituía por todos, pues con una macana en la mano, manteniendo, el combate contra tantos a fuerza de una temeridad despechada, daba muestras de un corazón invencible”.
Aquel giro fue la diferencia en la contienda; y los cañaverales farragosos del Guaire, de nuevo serían testigos de la hazaña.
Golpeado y aislado, el líder fue apresado por los conquistadores y aceptó el reto mortal que le propusiera el capitán Galeas: enfrentarse cuerpo a cuerpo al perro de presa llamado “Amigo” ―propiedad de Garcí Gonzáles― para ganar su libertad. Luego de aquel espectáculo atroz y salvaje, el cacique perdería la vida.
La resistencia indígena sufriría un duro golpe en el valle caraqueño.
El reflejo trágico de la viruela
Ya para 1573, la carrera militar de Garcí González de Silva era la más encumbrada en la ciudad. El encomendero sería propietario de muchas tierras dentro y fuera de Caracas. En la ciudad adquirió terrenos en La Vega, donde el paisaje estaba dispuesto por extensos cultivos de caña irrigados por el Guaire.
Dos años más tarde, el conquistador participa, junto al alcalde Gabriel del Ávila, en la dominación de Sorocaima, Conopoima y Acaprapocon, los últimos bastiones insurgentes a los alrededores del valle. De tal manera que, sacados del juego, reabrir las minas de oro de lo que hoy sería los Altos Mirandinos y Caraballeda, e impulsar la encomienda indiana. Los caciques fueron cayendo uno a uno.
En la ciudad adquirió terrenos en La Vega, donde el paisaje estaba dispuesto por extensos cultivos de caña irrigados por el Guaire.
Sumado a las calamidades de la guerra, a las dolorosas emigraciones tierra adentro, al desgaste físico y espiritual de las constantes derrotas, a la esclavitud penosa y terrible en su propio suelo, vino agregarse la aparición violenta de la viruela en 1580.
Cuadro del horror donde docenas de indígenas caían muertos “…hasta por los caminos y quebradas, sin que por todas partes se ofreciese a la vista otra cosa que objetos para la compasión y motivos para el sentimiento, sin que la diligencia hallase en las medicinas humanas el remedio”.